Acteón, fundador de la
ciudad de Tebas se erige con la majestuosidad de la decadencia en la esquina de
Alarcón con Carranza. Viejo cuartel militar, burdel de la paranormalidad y aun,
residencia atemporal de oscuras nubes que no escaparon del crimen. Cazador de
otras naturalezas, su muros se comprenden en la amalgama del olvido y el desquebrajamiento
del tapiz como memoria. Acteón, seductor milenario y voyeur del cuerpo desnudo
de la ruina, sobrevive al encanto del desastre, junto a la Artemisa, pura de
la soledad, devorado a diario por sus propios perros...
Hacia arriba el profuso laberinto,
la máquina versátil se vuelve,
y retorna Acteón, disperso y difuso,
con el rostro lleno de sudor y polvo,
por lo que resuelve por fin dar algún
descanso a los lebreles y a los canes;
recoge las redes y se adentra en la umbrosa
y oscura selva para reposar